sábado, 29 de octubre de 2022

 

EL LEOPARDO DE LAS NIEVES

Martillea en mi cabeza: “te obsesionas con un ser y el mundo toma su forma” o “la tierra huele a hombre”. Son fragmentos del film de M. Amiguet y Vincent Munier -El leopardo de las nieves-; qué sugerente nombre. Estoy deseando escribir sobre esto, lo que sea.

Ahora algo reclama mi tiempo; justo cuando empieza mi sangre a bullir. Esto ocurre pocas veces, hoy es una de ellas, mientras escucho en la radio Trece cartas a Rusia. Mi atención -de habitual- se dispersa en los últimos inputs sobre el oído. Dicen que el oído es un arma poderosa para la evocación. Poco antes he viajado a tierras andalusís. Mis pies, por primera vez en mucho tiempo, se mueven cadenciosa, pausadamente, tum, tum, tum, rítmicamente, en cualquier momento podría estar en trance.

Se agolpan las ideas en mi corazón, en mi cabeza, en mi vientre. Tendré que volver a ver a La panthera des neiges. Las reflexiones de un hombre, cámara en mano, que dice sentirse pleno esperando al ser, en el que el mundo entero toma forma; en el acecho no hay pensamiento, todo es presente. Es ahí cuando uno está verdaderamente a solas consigo mismo. 

Aquí hay muchas pupilas que nos miran, que nos han visto en silencio; en este mundo solo y frío de los yermos del Tíbet. Pájaros increíbles, rojos, naranjas, liebres de pelaje blanco confundiéndose en la nieve, y el viejo yak, ese gigante macizo y silencioso, negro de tan oscuro. Ahí está, como un tótem de la Prehistoria recortándose en el frío, con sus chorros de aliento, sus toneladas de fuerza. “Escuchas a los yaks… no te muevas Sylvain, seguro que nos han visto”, junto a sus hermanos herbívoros, que berrean entrechocando las cuernas. 

En esas cumbres oigo al oteador paciente -a su voz me uno-: huelo la tierra, lo huelo todo, toco las huellas; algunas duras, petrificadas, paleolíticas quizá. “Por aquí pasó el príncipe de las cumbres, el felino de los ojos de escarcha, esa elusiva criatura que hace el amor en paisajes blancos”. Tal vez no consigamos avistarlo nunca. Aun así, el alma solo tiene un fin, la espera, la reverencia ante lo sagrado. La paciencia es una virtud suprema dice el subtítulo, (yo también lo creo), basta estar al acecho, sin más; disfrutar de lo que tienes delante. 

El leopardo es el Santo Grial, pero hay otras muchas especies. Al cerrar los ojos veía su rostro de gato orgulloso. Sus rasgos fruncidos en un hocico delicado y terrible, dice Munier. Había robado el fuego y llevaba dentro de mí la brasa. 

Asisto al anochecer del hombre, semi/roca, semi/árbol, buscando el privilegio de que un animal le permita observarlo durante un instante. Apenas veo, y sin embargo presiento una silueta, “una mirada penetrante al objetivo que congela el alma”; esos ojos fijos que acabamos viendo frente a frente, y con los que no podremos comunicarnos. El hombre hace tiempo que perdió la edad de oro en que podía hablar con los animales. Hemos perdido la capacidad contemplativa para observar las cosas más sencillas y extraordinarias.  

Robo las fotos de Vincent, los pensamientos, las frases, los silencios, cada una de las palabras que escucho; las infundo mi calor, mi fiebre, las mezclo, me tientan, me dan vueltas; ahora ya son todo mías, tomadlas.





















































































































































domingo, 2 de octubre de 2022


 Violencia de género

Tras el asesinato de tres mujeres en Málaga, Palencia y Benidorm en los últimos días, el número de mujeres asesinadas por violencia machista asciende ya a 31 en lo que va de año. ¿Y qué de las violaciones, agresiones, maltratos?



viernes, 23 de septiembre de 2022

 

#JavierMarías

MASCULINIDAD Y MAESTRÍA DE LA LENGUA

Berta Isla, de Javier Marías. Alfaguara 2017

Todavía impresionada y aturdida por la magnífica y enjundiosa prosa narrativa, desplegada a lo largo de las 559 páginas de la novela que nos ocupa: paso a poner cierto orden en estas sensaciones sobre la trama, estilo formal, tono de la misma, impresiones, etc.

La trama, reduciéndolo a pocas palabras, podríamos considerarla, como ya se ha vertido en multitud de reseñas, como un trasunto de una Odisea del siglo XX con sus protagonistas: la paciente Penélope/Berta y el intrépido Odiseo/ Nevinson. Personajes cuya convivencia, estará mediatizada por el amor, el espionaje y las separaciones, entre el Madrid y el Oxford de los años 70, y en donde la familia, la lealtad, el deber y la patria tienen un peso específico.

Formalmente, el estilo narrativo utiliza un léxico potente y amplísimo junto a multitud de recursos, que se alejan de lo convencional y lo lineal, a través de extensos diálogos y prolijos circunloquios introspectivos. En este sentido, Marías, sabedor de la importancia de la incertidumbre, la duda o la ambivalencia, ampliamente respaldadas por las voces más preclaras de la literatura y de los filósofos del lenguaje del siglo XX, no duda en aplicarlas profusamente. De ahí, que nos encontramos características (marca de la casa), como la imprevisibilidad, la digresión, la demora, el pensamiento circular (recurrente, a veces, hasta la extenuación), así como un despliegue de reflexiones, sobre la existencia y la conducta del individuo, al más claro estilo de los planteamientos de un Shakespeare, Eliot, Conrad, etc. Es innegable, ciertamente, la admiración e influencia anglosajona del autor. Otro aspecto a reseñar es el transcurso del tiempo; que, unido a los obligados silencios, funciona a modo de gran trampantojo, que permite soslayar una mayor concreción de los hechos en el tema argumental, que adolece en algunos momentos de inconsistencia y verosimilitud. Respecto a la voces, existen dos voces narrativas: una en primera persona y otra en tercera, correspondientes a Berta Isla y al narrador. Es, sobre todo, a través del decir de la primera como sabemos o construimos al protagonista masculino.  En cualquier caso, es significativa la confluencia de ambas voces en girar, en torno a Tomás Nevinson; como si solo de un protagonista se tratase, quedando el de ella más desdibujado, o como una especie de negativo fotográfico del esposo:

Tras tanto tiempo separados, tampoco estaba dispuesta a que me viera con otra cosa que no fueran falda y zapatos de tacón: a él le gustaba yo así, sobre todo así, aunque no sólo.                                       

Yo tenía la sensación de que buscaba cansarse o descargar tensión más que otra cosa, de que lo mismo le habría valido yo que cualquier otra mujer que hubiera acertado estar allí, sólo que, claro, era yo la que por fortuna estaba allí…

Una semana después de aquella tarde… Tom Nevinson hizo una de sus incursiones en Waterfield’s, la librería de viejo de varios pisos… Janet recibía con agrado las visitas de Tomás, coronadas unas horas más tarde por efusiones un poco maquinales y utilitarias…

Otro rasgo, ya aludido tangencialmente, es el uso de la intertextualidad y el culturalismo a través de las referencias mencionadas de ciertos autores clásicos y otros modernos. Esto, junto a las incursiones del propio autor en el texto, se asemeja con las tendencias más actuales del lenguaje poético. Finalmente, hacer alusión a los incisos, tan hábilmente manejados, que interrumpen el discurso y lo fragmentan a la vez que lo enriquecen. Para ello se introducen oraciones subordinadas, disyuntivas, etc., también santo y seña de novelas precedentes.

En cuanto al tono en que se escribe,  es un tono contundente y desinhibido, donde se trasluce un dejo de aspereza, de reciedumbre, de escepticismo, de hierática frialdad de ciertos personajes, así como de una visión crítica del mundo y la sociedad. Asimismo, y aun conscientes del momento histórico y mentalidad de los años 70 del relato, llama la atención ese decir, un poco a “lo hombre”, que impregna todo el libro, y que se hace, si cabe, más patente en las descripciones sobre la fugacidad del sexo, las sustantivación reiterada de la “urgencia”, el tratamiento cuasi séptico/quirúrgico, cortante y frío, a modo de hachazo o tajo limpio. Es como si se tratara habitualmente de un sexo unilateral y de urgencia, ante la pasividad de la otra parte. Todo ello con muy escasas concesiones a lo afectivo o lo sensible; y si lo hay, situándolo siempre en boca femenina, como si eso fuese reo de algún tipo de debilidad improcedente.

Quédate muy quieto, amor mío. No te muevas ni te des la vuelta, así te vendrá el sueño profundo…  Le ponía la mano en el hombro o le hacía una caricia, por si el contacto lo tranquilizaba. ¿Puedo ayudarte en algo?— A veces me contestaba “No duérmete”, y otras aplastaba el pitillo en el cenicero, tiraba de mí hacía sí, me levantaba el camisón y en seguida se introducía en mí interior de manera casi animalesca, sin preámbulos…

Él se me acercó. Dio cuatro pasos, uno, dos, tres; y cuatro —me abrazó—. Pero ese abrazo no duró nada… (No se le ocurrió preguntar por el niño…)

Me quedé mirando a Tomás un momento, no sé si con perplejidad o con ternura y lástima o bien con sorna involuntaria…  Seguía meciendo a Elisa con escasa maña…

No obstante, reiterando lo ya dicho y más allá de lo referente al sexo, se percibe a lo largo del discurso un cierto halo que impresiona de “masculinidad”, considerando esto como una característica más entre otras muchas de esta escritura, sin producir menoscabo o detrimento de la envergadura de la misma.

En resumen, resulta evidente que estamos ante una narrativa, compleja, culta y magistral, en donde a la hora de decantarse entre la dicotomía fondo y forma, se opta siempre por la última, por el estilo literario. Es decir, por una escritura de altos vuelos en la literatura de nuestro siglo y del precedente.