RESEÑA DE YUKÓN
/ VESOS MESTIZOS. Por Rafael Escobar Sánchez
Empieza
“Yukón” con un prólogo del poeta y cineasta Julio Mas que es un prodigio de
concisión precisa. Y es que apenas unas páginas escasas le bastan para señalar
buena parte de las claves de la escritura de Marga (culturalismo, ironía, juego
con préstamos léxicos, técnicas compositivas de desarrollo no lineal del texto
como el “collage” o la yuxtaposición… incluso referentes literarios que van de
los vanguardistas de principios de siglo a Olvido García Valdés), una ayuda
valiosísima para manejarse como lector por una escritura que rechaza los
lugares comunes con esa autenticidad en que la “heterodoxia” no es un gesto
decidido ni antemano sino la expresión de una singularidad espontánea. En
efecto, ese “culturalismo” de Marga es experto
en hibridar imaginarios culturales que parecerían a priori imposibles de
asociar, algunas de sus estrategias de composición del texto parecen remitir a
los “Novísimos”… cuyo eco puede asomar en momentos puntuales como un “Ragtime”,
poema sobre Billie Holiday que parece remitirnos a aquella “canción” de
homenaje que aparecía en “Extraña fruta”.
En algunos
poemas es notable la mezcla de delicadeza y desconsuelo que se acoge a un tono
no explícitamente elegíaco (“La chica danesa”), una singularidad que hace que
la alusión a Marinetti en “Poetas en la nube” no parezca nada casual en cuanto
que la autora enuncia su personal “matemos el claro de luna” ironizando sobre
los tópicos líricos fosilizados por la tradición y que persisten incluso en los
formatos “posmodernos” en que hoy se nos puede ofrecer la poesía.
Lo lúdico, el
jugueteo fónico, no resulta nada “frívolo” en cuanto remite a un subtexto
oscuro de incomunicación frente a los demás (“Mandala”), de incapacidad de
manejarse sobre un terreno mutable, donde toda solidez es pura apariencia, del
propio idioma (“Octubre”) que se siente como una agresión (ese “el vandalismo
del verbo”). Hay un extrañamiento que impide a la vez mostrarse y ser
comprendido, la identidad personal como un proyecto frustrado a pesar de que en
algún momento se afrontó con la audacia de los antiguos aventureros a los que
también alude Mas en su prólogo (“Delirium”). El yo personal es un logro y no
un don, resultado de un coraje en que se rechaza el falso confort de lo
convencional para rastrearse a uno mismo entre una indefensión violenta. Justo
lo que hace su palabra esquivando los caminos trillados. Y así la creación de
la identidad personal y la poética confluyen, son el resultado de una
disconformidad voluntaria y coherentemente elegida (“Naked. Talking heads”).
Me parece un
tema esencial del poemario el de la suplantación de lo vivo por su
representación, por un mundo de imágenes tecnologías en que el pálpito de lo
real es un simulacro (“Moria”). De ah´, y como revulsivo, la dimensión
mitológica que alcanza un espacio como “Yukón” (casi más certeramente dibujado
en “Inuit” o textos como “Aconcagua” que incluso en el poema titular),
naturaleza limpia, inocente de puro despiadada, en que han fracasado las
ambiciones de dominio del hombre y solo queda reconocerse como una criatura más
de toda la comunidad vital de lo frágil (“pronto renaceremos limpios/por toda
vecindad: bayas azules/somormujos). Ese palpar la propia realidad sin imposturas,
reconociéndose en lo telúrico y lo no convencional, da sustento definitivo al
sueño de identificarse finalmente a uno mismo (“conocer reconocerse/soy un
abismo puesto en pause/I am me pertenezco/la sombra ha salido de lo oculto a lo
visible/y el techo se abre solo a mi raza/no encuentro el cuerpo-me han
separado del mundo/solo el sonido me sostiene/el sonido me sacó las plumas”, se
afirma en los versos finales de “Danzas mapuche”).
Se apuntan
antítesis dolorosas entre la constatación de la miseria y una fabulación
paradisiaca que no hace más que confirmar el carácter utópico de la lucha por
la dignidad (“Sobrevivientes”)… ente la sensación de impotencia de quien lo
contempla (“descansen/estiren los cartones son libres/yo soy una voyeur”). Lo
intertextual no es un ejercicio imitativo sino una reinvención original de
algunas de las cualidades estéticas más definitorias de los referentes
elegidos. Así, su “Aullido” tiene la densa irracionalidad alucinatoria de la
imaginería de Ginsberg pero reconducida a preocupaciones íntimas como la
crecientes deshumanización social (en que se han socavado lo imaginativo, lo
creativo o la propia expresión espontánea de las emociones), la grosería
soberbia de los violentos (“El mundo tiene forma de rifle”) o la posición vulnerable
de la mujer que requiere ese esfuerzo de cohesión identitaria que a menudo se
define como “sororidad” y una piel nueva creada en la negación de los tópicos
indulgentes (“no importa no importa/tú ojo ve más allá del rosa_pastel de las
televisiones/en femenino plural/sempre muller, toujours femme sempre donna”, se
afirma en “Donna”)que apuntalaban un modo más sutil o “blando” de machismo.
Finalmente,
es muy sugestivo el tono de fantasía luctuosa que logran poemas cmo “El
marinero”, en que la voz poética, como la “amortajada” de María Luisa Bombal,
parece estar registrando las percepciones sensoriales que pasan por una mente
detenida en el duermevela de la vida que se apaga y la nada que ya se intuye.
En
definitiva, Marga es una poeta diferente. Siempre lo ha sido, sin temor a
suscitar extrañeza o quedar arrinconada en márgenes aún más periféricos de los
que de por sí aguardan a los escritores que ya nunca jamás harán “neopoesía”. Y
en “Yukón”, tierra donde lo vivo recupera su literalidad frente a lo virtual
aunque sea pagando el peaje de no poder esquivar lo que duele, ha trazado la,
hasta ahora, cartografía más firme, más decidida, de todos los signos
identitarios de su singularidad.