CLAVELES ROJOS, PRADERA Y FIESTA
Crónicas del Santo
Después de dos años en dique seco hemos vuelto
a la vieja pradera como si no hubiera un mañana, yo, la gente, mis gentes, los
míos; en aluvión, nos hemos reído y bailado y por supuesto bebido y comido (como
dios manda), todo y de todo; que para eso había rosquillas, gallinejas choricitos
y qué sé yo, y sin faltar el vino y los fuegos artificiales como en toda fiesta
que se precie.
No negaré que ayer me emocioné un poco al
salir al paseo de la Ermita del Santo, (que casualidades de la vida, es mi
calle) y sentirme inmersa en la riada que subía la cuesta hacia la ermita. Tampoco
soy muy dada a las exclusiones ni al ombliguismo, me siento literalmente
ciudadana de este planeta que me ha tocado en suerte; y sin embargo podía percibir
un cierto sentimiento de pertenencia hacia algo, que no sé ni quiero teorizar.
Mas bien pareciera, que estaba en el ambiente, y que fluía y se producía sin
nadie pretenderlo o ser consciente siquiera.
Por extraño que parezca no había teléfonos móviles
en las manos, ni andando, ni tumbados en la hierba, y los gritos que se
escuchaban eran de bienvenida entre los que se encontraban. Todo esto lo he
pensando más tarde, rememorando y también viendo las fotos (que os recomiendo mirar).
Solo otra vez, ya lejana en la riada del Rastro, tuve la sensación de ser una linda
hormiga más, junto a mis semejantes.
Sin otros recuerdos especiales, salvo los de
la gratitud por la ausencia de crispación, y por el deseo de disfrutar con la
vecindad, de la primavera y de las cosas sencillas de esta “Villa y Corte”, que
nos cobija, dejo la pluma hasta más ver.