lunes, 16 de mayo de 2022

 

CLAVELES ROJOS, PRADERA Y FIESTA 













Crónicas del Santo

 Después de dos años en dique seco hemos vuelto a la vieja pradera como si no hubiera un mañana, yo, la gente, mis gentes, los míos; en aluvión, nos hemos reído y bailado y por supuesto bebido y comido (como dios manda), todo y de todo; que para eso había rosquillas, gallinejas choricitos y qué sé yo, y sin faltar el vino y los fuegos artificiales como en toda fiesta que se precie. 

No negaré que ayer me emocioné un poco al salir al paseo de la Ermita del Santo, (que casualidades de la vida, es mi calle) y sentirme inmersa en la riada que subía la cuesta hacia la ermita. Tampoco soy muy dada a las exclusiones ni al ombliguismo, me siento literalmente ciudadana de este planeta que me ha tocado en suerte; y sin embargo podía percibir un cierto sentimiento de pertenencia hacia algo, que no sé ni quiero teorizar. Mas bien pareciera, que estaba en el ambiente, y que fluía y se producía sin nadie pretenderlo o ser consciente siquiera. 

Por extraño que parezca no había teléfonos móviles en las manos, ni andando, ni tumbados en la hierba, y los gritos que se escuchaban eran de bienvenida entre los que se encontraban. Todo esto lo he pensando más tarde, rememorando y también viendo las fotos (que os recomiendo mirar). Solo otra vez, ya lejana en la riada del Rastro, tuve la sensación de ser una linda hormiga más, junto a mis semejantes. 

Sin otros recuerdos especiales, salvo los de la gratitud por la ausencia de crispación, y por el deseo de disfrutar con la vecindad, de la primavera y de las cosas sencillas de esta “Villa y Corte”, que nos cobija, dejo la pluma hasta más ver.

























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